El juez Calatayud y sus “sentencias ejemplares” para sacar
lo mejor del menor
Emilio
Calatayud, juez de menores en Granada, es conocido por sus curiosas sentencias
a jóvenes que han llamado la atención de los medios de comunicación durante
años. Por ello, en un libro reuerda como "ahora juzgo a los hijos de mis
primeros chorizos". A lo largo de sus 28 años de carrera judicial ha
condenado a redacciones a alumnos que se reían de profesores o a limpiar la
fachada del juzgado "a niños pijos". Presume así de que especialistas
en reventar cerraduras han abierto cerrajerías. Con estas condenas quiere
encaminar a los jóvenes delincuentes a un futuro profesional.
Condenar a un menor a aprender a leer, a escribir una canción alabando a sus profesores y colgarla en Internet o a lijar la fachada de un Juzgado son algunas de las sentencias reeducadoras que han hecho famoso al juez Emilio Calatayud y que explica en el libro Mis sentencias ejemplares.
Condenar a un menor a aprender a leer, a escribir una canción alabando a sus profesores y colgarla en Internet o a lijar la fachada de un Juzgado son algunas de las sentencias reeducadoras que han hecho famoso al juez Emilio Calatayud y que explica en el libro Mis sentencias ejemplares.
De su llegada al mundo de la
Justicia están a punto de cumplirse 28 años y, de ellos 20 los ha vivido como
juez de Menores. "Ahora juzgo a los hijos de mis primeros chorizos",
explica Calatayud que recuerda de aquellos "tiempos duros" en los que
lo único que había era reformatorios y el 98 por ciento de los casos de menores
que delinquían acababa en fracaso.
A finales de los años ochenta,
recuerda, no había Justicia de menores, los jóvenes que delinquían procedían de
la clase marginal y la droga y el SIDA campaban a sus anchas. Ese panorama ha
cambiado y ahora la delincuencia juvenil se nutre de todas las clases
sociales, es "policonsumidora", surge el "problema
serio" de las enfermedades mentales en los menores y los delitos
relacionados con Internet.
Entre estos últimos, recuerda una
reciente condena que ha impuesto a un chico juzgado por injurias graves con
publicidad y amenazas después de que colgara en Internet una canción en la que
"faltaba" a sus profesores: una redacción de 100 folios sobre el buen
uso de las nuevas tecnologías y una canción sobre el buen hacer de sus
profesores que tendrá que difundir también en la red.
El juez tiene también
"sentencias para niños pijos" que hacen destrozos en
mobiliario urbano, fachadas e incluso en el calabozo de su Juzgado y que son
condenados, por ejemplo, a lijar la difícil fachada del edificio en el que
trabaja Calatayud. Muchas de estas condenas encaminan a los jóvenes que
han delinquido a un futuro profesional, como el del especialista en
reventar cerraduras que ahora tiene una ferretería o un "canalla que tenía
atemorizado al barrio del Albaicín" al que rebajó la pena si entraba en el
Ejército y ahora es cabo y tiene 200 hombres a su mando. Además, esto ocurrió
también con un "hacker" dedicado a dar clases de informática.
Por eso, dice que la mayor
satisfacción es encontrarse por la calle, al cabo de los años, "a un
tiarrón que mide 1,80 y al que habías condenado por 20 atracos" y que le
dé un abrazo. Pero el libro también recoge fracasos en esta labor
reeducadora que pretende sacar lo mejor de cada chaval, según señala el
periodista Carlos Morán, quien destaca también la "alucinante" red
social que colabora con el juez para que los jóvenes puedan "purgar"
sus errores.
Calatayud advirtió a los padres de
que no son conscientes de su responsabilidad como tales y considera fundamental
para la labor que desarrolla el "creerse" la Ley del Menor,
"creer en la posibilidad del cambio". Por ello, considera que a esta
norma, que no es blanda, "hay que dejarla quieta" y no reformarla ya
que lo que ha ocurrido es que no se ha aplicado bien.
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